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martes, 5 de diciembre de 2017

Relatos cinéfilos: Alice


Por Víctor Garijo


Sentí una oleada de frío recorriendo mi espalda cuando Alice descendió por las escaleras de caracol, las que dan vida al hall de su mansión. Entre sus dedos sostenía un cigarro y cuando la tuve a mi lado, encañonándome al lóbulo de mi oreja derecha, exhaló todo el humo. El que sabía a alquitrán con una pizca de aroma a frambuesas. Encendió una lámpara, se sentó en un sofá barroco donde reposando mi culo la acompañé, y pronunciándose con un claro acento galo —cruzando las piernas, jugueteando con su esférico llavero—,  me descubrió por qué la tildaban de asalta cunas. Quise besarla pero para mí horror recordé haber superado los treinta. Disimuladamente empecé a desarrollar mi laborioso trabajo de detective privado: comencé por preguntarle por su esposo. Ella disimuladamente elevó la punta del zapato hacía la puerta acristalada que daba al jardín. No supe qué demonios pensar  —encontrar una pala manchada de barro con rastros de sangre en el mango no era nada más que una vulgar casualidad—, y desnudándome, quitándome los tirantes como nadie, me demostró que también le gustaba devorar detectives estúpidos.

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