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miércoles, 24 de marzo de 2021

Japan Film Festival Plus 2021

Por Luis Suñer 


Desde el pasado 26 de febrero hasta el 7 de marzo, pudimos disfrutar en España por primera vez del Japanese Film Festival Plus (JFF Plus). Un certamen que nació con la idea de exponer el cine japonés fuera de sus fronteras en 2016 y que gracias a Fundación Japón hemos podido visualizar desde nuestras casas.  En tiempos de pandemia, donde la exhibición online se ha convertido en algo casi habitual, los fans más acérrimos del cine nipón hemos podido explorar cintas que no suelen llegar a nuestra tierra.

Actualmente, estamos acostumbrados a que a salas comerciales solo nos lleguen las películas de los grandes directores de siempre, véase Hirokazu Koreeda, algunas de Yoji Yamada y desde hace unos años, las obras de Naomi Kawase. También cintas de animación de grandes franquicias, si bien es justo señalar que obras independientes y más autorales del género también nos llegan normalmente de mano de Selectavision. Por su parte, las plataformas online como Filmin nos traen también películas de autores reconocidos en los circuitos de festivales pero que no llegan a las salas comerciales, como pueden ser directores del calibre de Sion Sono, Takashi Miike (salvo First Love, que se estrenó en cines tras el confinamiento), Takeshi Kitano o más recientemente Ryûsuke Hamaguchi.

Así pues, el ávido consumidor de cine procedente del país del sol naciente, percibe cierta sensación de inamovilidad dentro de la representatividad que llega a España. Películas de autores que llevan rondando festivales de clase A desde los años noventa, por lo que una oportunidad como el Japanese Film Festival Plus no se puede dejar escapar. Porque lo primero que hay que destacar de este conglomerado de filmes de la última década, es su enriquecedora variedad. Apuesta por películas de autor que podríamos encontrar en el circuito en el que nos movemos ciertos cinéfilos, pero a su vez, explora diversas maneras de entender el cine. Desde lo meramente comercial, a obras populares que basculan entre el entretenimiento de masas y el cine más complejo de cara al espectador. Un tipo de propuestas que, nos ayudan a comprender la cartelera y los gustos de las masas niponas, y que, en muchas ocasiones, quizás tengan un valor más antropológico y cultural que cinéfilo.

En su faceta más densa, JFF Plus nos sorprende con 0.5 mm, impactante segundo largometraje de Momoko Ando, protagonizado por la magnífica Sakura Ando (Un asunto de familia, Love Exposure), y que si bien nos conmovió con A Piece of Our Life (2009), ahora nos sume en la soledad, la violencia y la bondad entre la juventud y las personas de avanzada edad. Por su parte, Tremble All You Want (2017) de Akiko Ohku, sigue la estela de la inadaptación social, utilizando los recursos cinematográficos, reconstruyendo géneros dentro de la metaficción, abrazando el romance y hasta el musical. Quizás estemos, con permiso del clásico de Yasujiro Ozu que también se mostró en el festival, El sabor del té verde con arroz (1952), ante las mejores obras que pudimos disfrutar durante esos días.

Por otro lado, también vimos cintas que, buscando empatizar, anteponen la emoción a la realización. Buscando recursos que quieran ahondar emocionalmente en el espectador, aunque su resultado final en la  gran pantalla no despierte mucho interés ante quien busque un cine más parecido al que comentábamos en el anterior párrafo. Aquí encontraríamos obras como Railways (2010) de Yoshinari Nishikôri, una suerte de feel-good movie en la que un salaryman deja su estresante trabajo en la gran ciudad y se muda a su aldea natal para ser maquinista. Filme colorido, abrumado por su constante banda sonora, que se vive con simpatía pero sin demasiado interés. En la misma sintonía de abrumar al espectador se encontraría One Night (2019) de Kazuya Shiraishi. En este caso, presentando un reencuentro familiar marcado por la violencia del pasado y abusando de la intensidad interpretativa de sus actores.

Un escalón por encima de estas últimas propuestas, estarían cintas más serias y sosegadas, de narración uniforme, sin aspavientos ni estimulaciones formales, pero efectivas y disfrutables. Véase casos como A Story of Yonosuke (2013), una cinta de larga duración de Shirô Maeda que explora la juventud universitaria y el amor. En esta línea de buen hacer, podríamos ubicar también de The Great Passage (2013) de Yuya Ishii, en la que un joven inadaptado se vuelca junto a su equipo en la elaboración de un gran diccionario durante 15 años sin cesar. Por su lado, Little Nights, Little Love, de Rikiya Imaizumi, apuesta por una propuesta romántica que juega a incorporar numerosos personajes y dar un salto en el tiempo. Una película correcta que logra crear cierta empatía con el espectador. Cine comercial que no cae en torpezas de guion y demuestra que hay un trabajo de escritura detrás que no subestima en ningún momento a su público.

En lo que a la animación se refiere, salvo alguna excepción, se ha enfocado en el público adolescente y adulto. Cabe destacar entre sus cortos, el ¿mediometraje? Tokyo Marble Chocolate (2007) de Naoyoshi Shiotani. Se trata de una OVA, película de dos episodios que se comercializó directamente en formato doméstico en Japón. Una obra romántica de gran originalidad y que explora las posibilidades e infinidad de sentimientos que pueden utilizarse desde la animación. Una de las obras magnas del festival.

Y para acabar, en su faceta más comercial, encontramos dos musicales a cada cual más distinto. Por un lado, tenemos Lady Maiko (2014) de Masayuki Suo, una suerte de My Fair Lady nipona difícil de comprender fuera de sus fronteras. Y lo es porque la cinta aborda la historia de una joven que quiere convertirse en maiko, es decir, aprendiz de geisha, en el centro neurálgico de la tradición a día de hoy como es Kioto. Resulta complejo comprender como una cinta con un ideario tan machista, conservador e identitario se puede vender de manera divertida, repleta de canciones y colores. Una obra que nos ayuda a comprender la realidad japonesa, pero a la que resulta complicado sumarse. Por su parte, mucho más moderna y divertida es Dance with Me (2019) de Shinobu Yaguchi. Comedia sin complejos que nos muestra la historia de una oficinista que odia los musicales y por error es hipnotizada para sentirse la protagonista de uno de ellos en el mismo momento en el que escucha algo de música. El contraste entre lo que ella siente al bailar y la realidad resulta desternillante. Una película amable y divertida, plagada de energía. Cine de la felicidad en estado puro.

Podemos concluir pues, que tras más de una semana de cintas niponas de todo tipo, hemos descubierto ciertas obras que de otra manera, hubiese sido imposible disfrutar. Una experiencia enriquecedora que esperemos que, para los próximos años, podamos seguir disfrutando.

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